martes, 5 de agosto de 2008

SIMON

Simón abrió las ventanas de par en par y respiró profundamente. Pero para su desgracia, esas ventanas daban a un patio de vecinos, desde las que solo podía ver ropa tendida y ladrillo, y debido a la altura del edificio, apenas llegaba la luz del sol. Eso le entristeció aun más, y pensó que definitivamente ese no era su día.

Cerró las ventanas con tristeza, y las bisagras chirriaron estridentemente, lo cual hizo más tétrica la situación. Se sentó en su silla de oficina, la cual tenía vida propia y se ajustaba para adoptar la postura mas incomoda para Simón. "Maldita sea mí suerte" maldijo, y miró hacía delante. Encima de su mesa esperaban miles de informes dispuestos a crearle un agudo dolor de cabeza.

El ligero ruido que surgía del aire acondicionado tampoco ayudaba a crear una situación idílica. Todo estaba en su contra, y una terrible sensación de soledad pobló su corazón, haciendo juntar sus costillas contra sus pulmones, generándole mayor agobio.

Tecleó la contraseña del ordenador y el famoso sonido de windows retronó en la silencioso despacho. Como odiaba ese ruido, más aún que el del despertador mañanero que le indicaba que había venido a este mundo a hacer cosas que no le gustaban para pagar una hipoteca.

Siempre era muy respetuoso con su trabajo, pero ese día decidió arriesgar, y abrió su correo electrónico. Sobre la bandeja de entrada apareció un número, 67, sesenta y siete mensajes sin leer. A cualquier persona esto le hubiera ilusionado, a Simón no, por que sabía que todos ellos serían por motivos laborales o bien ese odioso spam publicitario. Pero al observarlos detenidamente, vió una dirección extraña, hasta ahora no conocida por él. Aun arraigándose a que fuera un virus, decidió abrir el mensaje.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pues eran tristes noticias. Su amigo Pedro, acababa de fallecer en un accidente de moto cuando hacía una de sus rutas. Un amigo común del que hacía mucho tiempo que no tenía noticias le había enviado el mensaje.

Lo cierto es que de Pedro también hacía mucho tiempo que tampoco tenía noticias. Pedro era lo que siempre había querido ser Simón. Una cometa libre, sin hilos, que volaba al antojo del viento sin camino definido. La vida de Simón, su destino en cambio, era guiado por un GPS que con voz cruel le había dicho siempre lo que tenía que hacer. Siempre le envidió, pero a la vez fue una lejana luz de esperanza que le indicaba que el destino estaba en sus manos, y no en la de otros. Pero ahora estaba muerto.

Apretó sus manos contra sus cabellos y sintió la terrible necesidad de llorar. En esos momentos entró su jefe, que ajeno a su pesar, empezó a hecharle en cara que no había comenzado su trabajo y que los expedientes estaban aun encima de la mesa y bla,bla,bla, más.

Simón se levantó y volvió a abrir las ventanas.

Vacío.

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Un año después, Simón se encontraba en la cumbre de un monte. No fue necesario abrir las ventanas, solamente cerró los ojos y dirigió su cara al sol radiante que iluminó su rostro. Respiró profundamente.

Libre.

Dedicado a todos los Pedros, reales o ficticios( como en este caso) que supone una pequeña luz en este mundo de tormentas que es el camino de la vida.

3 comentarios:

dijo...

Mi amigo.
Leerte es el plaver más enorme.
No ando por días violetas...
pero te dejo un premio en mi blog, con todo mi cariño.
Te quierooooo!!!

@Intimä dijo...

Hay muchos Pedros atrapados en un camino sin salida, aunque hay que buscar los rayos del sol, quizás en algún momento iluminen ese camino.
Besitos :-)

Agustín S. A. dijo...

un abrazo lobo, gracias por tu visita, te visitará a menudo para leerte. un lobo estepario es un animal fascinante. elegiste buen disfraz literario.

abrazos