Sintió el peso del mundo sobre sus costillas. Estas, rebeldes, decidieron no hacer su trabajo, que era proteger sus pulmones, y empezaron a ceder lentamente. Notó que le faltaba el aire. Empezó a respirar aceleradamente, lo cual aumento aun más la sensación de agobio.
Sintió el precipicio a sus pies, interminable, y padeciendo de vértigo, la tentación de caer al vacío se hizo fuerte. Se incorporó, dejando atrás la mullida cama y empezó a mirar a su alrededor.
Todo estaba oscuro. Atinó a tientas a acercar su mano al interruptor y encendió la luz. Sus párpados se cerraron de inmediato en síntoma de protesta por aquel ataque virulento, y poco a poco, los pudo ir abriendo.
Ella estaba tumbada al lado, durmiendo placidamente. Recordó la discusión antes de dormirse y las palabras que una vez le dijo un gran amigo:” nunca te marches a dormir con un enfado, por que enraíza en tu corazón”. Lo cierto es que nunca había llegado a entender del todo este consejo, pero intuía que en el fondo algo de verdad tenía.
Se levantó y miró el despertador. Eran las tres del mañana. Fue a la cocina. Sacó un vaso de la estantería y lo llenó de agua.
La garganta seca y con restos de nicotina agradeció el detalle. Tomó una bocanada de aire puro para posteriormente encender un cigarro y tomar otra de humo.
Entonces la sensación de agobio volvió a el, y se dijo a si mismo que sentido tenía continuar con esto. Se preguntó que era ser feliz. Quizás no lo sabía, pero si sabía que lo que le sentía no era felicidad. Tenía una pena interior que no sabía contener.
El cigarro se consumió lentamente entre sus dedos. Pensó que lo mejor que podía hacer era intentar dormir, por que cuando uno duerme no piensa, no siente, solo puede tener sueños o pesadillas, de las cuales seguramente no se acordaría a la mañana siguiente.
Volvió a meterse en la cama y notó su presencia lejana. Nunca una cama de uno veinte le pareció tan grande.
A las siete de la mañana sonó el despertador. Ambos se levantaron, se asearon, desayunaron, prepararon el material de trabajo y salieron de la casa, dándose un cordial beso de despedida cuando ya no hay palabras.
En el metro, bajo la mirada perdida del resto de viajantes inmersos en sus propios pensamientos, se sintió sólo. Sólo rodeado de gente. Pensó en ella.
Pero la semilla de la pena había germinado en su corazón.
PD: La foto está tomada en Mallorca, cerca del aeropuerto.